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Natalia Arenas Chaves

En las cabezas, los piojos hacen su agosto. Los colegios se convierten en caldos de cultivo para una epidemia que a muchos avergüenza y a otros les impide asistir a clase. Lo cierto es que la dulce sangre de un niño es un manjar para estos parásitos, a los que los remedios caseros solo los hacen más fuertes. Yair Guzmán, el director de Cabellos Sanos, lo ha visto todo: desde baigón para matar cucarachas, hasta vinagre, mayonesa, orines de caballo y petróleo. Toda su familia ha sido víctima y por eso él, creó un negocio familiar que vive de matar piojos. Aquí no solo llegan casos de pediculosis. También han llegado señoras quienes se quejan de que “les pica el pubis”. Esto, sin embargo, todavía no hace parte de los servicios que ofrece la única clínica de piojos en Bogotá, que con paciencia, los saca uno a uno de la cabeza de sus inquilinos.
 
Solo con mencionarlos, la cabeza ya empieza a rascar. La “clínica” es en realidad un pequeño local en un segundo piso de un edificio que encara a la avenida calle 72. Los buses, carros y motos pasan y dejan su estila estridente. Adentro, las hijas y sobrinas de Yair esperan ansiosas a los pacientes. Hoy es viernes, y la selección Colombia juega un partido para llegar al mundial. Los clientes no han llegado y no llegarán.
 
La cosa se mueve los sábados. La mayoría de los padres llevan a sus hijos a tratamiento cuando no interfiere con el horario escolar. La agenda está llena: 16 citas programadas de 8:30 a.m. a 5:00 p.m. Sin embargo, a las dos de la tarde, ninguna de las cuatro niñas enlistadas se acerca. Sara, la hija de Yair, llama a reconfirmar. Nada. No vendrán. “Eso siempre pasa cuando vienen a grabar”, me dice. La clínica ya ha aparecido en medios y ya ha sido fuente de estudio por universitarios así que mi visita no sorprende a nadie.
 
Espero. A las tres aparece una niña de cuatro años con sus papás y a las cuatro, llegan otras dos, hermanas. Después de una explicación rápida, los padres me dejan tomar fotos y acercarme lo suficiente al tratamiento como para grabar algunos sonidos. Lo único que me piden es que no tome fotos de las caras; a nadie le gusta que tilden a su hija de piojosa.

 
El tratamiento transcurre en relativo silencio. Las mujeres de la familia Guzmán, aunque cansadas de estar de pie todo el día, pasan una y otra vez la peinilla metálica por la cabeza de las niñas y sacan todo lo que se interponga en el camino. Al final del día, varios piojos luchan por su vida en la taza de agua sobre la mesa.
 
 

La clínica de piojos
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