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Dos palabras, dos connotaciones. La Bogotá peluda que nos acosa, nos atemoriza por las calles, nos la pone difícil en cierto punto del mes cuando el sueldo empieza a agotarse, o nos pone los pelos de punta por las atrocidades de la violencia, indiferencia y/o resentimiento de nuestros paisanos. Esa Bogotá que duele, aburre y cansa. Esa no fue la Bogotá que quisimos mostrar en esta edición.

 

Nuestra Bogotá peluda es la que nos abraza a todos. A los ‘peludos’ o metaleros, entre ellos profesores y peluqueros, para quienes el pelo está por encima de sus propios pensamientos, tal y como es; a los que glorifican al  Señor de la Agonía, cuya melena crece incansablemente; a los que buscan pelo por doquier, a cualquier precio; a los que odian sus pelos por doquier y pagan cualquier precio por nunca encontrarlos; incluye también a los que excluyen por el color del pelo y a los rechazados pero saludables gaticos. Y claro, también hay espacio para los piojos, y para todas las historias peludas que se aventuren a contar la ciudad desde los simples pelos.

 

Nuestra edición reúne el trabajo de cuatro semanas de cuatro barbudos, cuatro mechudas, un bigotudo y una despelucada, que, entre tomadera de pelo –sin agarrarse de los pelos– y con reportajes sobre pelos, fluyeron como equipo e hicieron la tarea con el corazón. Una edición al pelo.    

 

      

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